La creciente
hostilidad contra compañías como Google, Facebook o Amazon debe ser revisada:
hay un par de aspectos que han quedado fuera del debate
ESTEBAN
HERNÁNDEZ
27/12/2020
05:00
Zephyr
Teachout es
abogada y profesora de Derecho en la Universidad de Fordham y fue candidata a
la fiscalía de Nueva York en 2018. Ha publicado este año un recomendable libro,
'Break ‘em up', muy crítico con los monopolios. Dedica buena parte de él a los
gigantes tecnológicos como Facebook, Google y Amazon, aunque inicia su ensayo
con un sector en teoría alejado de la acción de las ‘big tech’, el de las
granjas de pollos. Es difícil encontrar, sin
embargo, un arranque más apropiado: no se puede entender el
horizonte hacia el que nos dirigimos sin comprender el presente,
y este queda dibujado en las formas organizativas desde las que se expande.
1.El punto
de partida
Teachout
describe cómo tres grandes empresas, Tyson, Pilgrim’s Pride y Perdue, dominan
el mercado estadounidense de la carne de pollo. Son firmas procesadoras: son
las que matan los pollos, los envasan y los envían a tiendas y restaurantes.
Hay 25.000 empresas, casi todas familiares, que crían los pollos que se envían
a las tres firmas. Teachout incide en la relación que se establece entre unos y
otras: ya que las tres grandes empresas parecen coordinadas para no
competir, cada productor solo puede vender, en realidad, a una
de ellas, lo que los convierte mucho más en empleados que en operadores
independientes.
Esa
posición de inferioridad tiene consecuencias serias. En el contrato que firman,
los productores quedan sujetos a situaciones muy lesivas. Teachout se centra en el caso de una
de ellas, Tyson, que obliga a sus productores a mantener en secreto cualquier
disputa que tengan con ella. Tampoco, como norma, pueden
hablar con otros productores (aunque sean sus vecinos) acerca de cuánto cobran,
lo que tiene su importancia, porque el pago es variable: Tyson tiene un sistema
que llama “torneo”, según el cual abonarán más a aquellos productores cuyos
pollos tengan más carne y menos al resto; pero como nadie sabe ni el peso de
los pollos ni la cantidad que perciben otros productores (es información
completamente confidencial), tampoco saben si el pago ha sido justo. Viven en
un mundo opaco.
EL RESULTADO FINAL ES PREVISIBLE: hay muchos productores que viven en la pobreza, suele haber bancarrota y los suicidios no son infrecuentes
Los
productores, además, deben construir sus gallineros según las
especificaciones exactas que les indica Tyson. Deben utilizar el programa de
alimentación y de iluminación que esta les indica y emplear los medicamentos
que se les ordenan. Si Tyson quiere experimentar con un nuevo alimento, puede
obligar a un 10 % de sus productores a que lo empleen, aunque ninguno de ellos
sabrá que forma parte de un experimento y, que si sale mal, habrán de correr
con los perjuicios. Y por supuesto, están obligados a ceder sus datos a Tyson.
Según Teachout, la empresa procesadora ha puesto en marcha una estructura
panóptica, esa en la que, como señalaba Bentham, el carcelero puede ver a todos
los reclusos, pero los reclusos no pueden verse entre sí. Con un añadido: como
los productores son los propietarios de sus medios de producción, deben invertir, y a menudo endeudarse, para realizar su trabajo;
la deuda suele operar como una soga que los ata a Tyson.
El resultado final es
previsible: hay muchos productores que sobreviven en un nivel muy cercano a la
pobreza, suele haber bancarrotas y los suicidios no son infrecuentes. No es
extraño, su vida no es buena: saben que un mal movimiento los arruina, carecen
de capacidad para negociar, no pueden establecer relaciones
de ayuda mutua con otros productores, ya que ni siquiera pueden
hablar con ellos, y “viven en un estado de paranoia deliberada”. Pueden decir
lo que quieran sobre los escándalos del país o sobre las guerras comerciales,
pero sus voces no cuentan en lo que tiene que ver con su propio sustento. Dicen
que esta es la gente que se enfada y vota a Trump; pero
lo raro no es eso, sino que no voten a alguien que prometa el exterminio de la
humanidad.
2. El
cambio de eje
Teachout
comienza su texto con la descripción de un sector concentrado en lugar de con
los peligros de las tecnológicas precisamente
para que entendamos bien el fondo del asunto: está hablando del poder y de las
inevitables consecuencias que provoca su concentración en muy pocas manos. Los monopolios se construyen y se consagran para gozar de esta
clase de poder, y no por otras razones. Este esquema de relaciones
muy desiguales es el que se repite en la economía del contenedor, con muchos
franquiciados, con Uber y, por supuesto y en otro nivel, con Facebook, Google y
Amazon.
En EEUU
saben bien los peligros latentes de
esta disparidad de poder, porque vivieron sus excesos a finales del siglo XIX.
Y la normativa 'antitrust' que pusieron en marcha, que solo fue aplicada de
manera contundente a partir del segundo Roosevelt, estaba
orientada en la dirección correcta: su premisa era que si se deseaba que el
capitalismo funcionara, en lugar de dividir la sociedad en señores y
vasallos, debía fomentarse la democracia económica;
es decir, debía existir un reparto adecuado de los recursos que permitiera que
el poder no recayese en muy pocas manos. Eso fue también el New Deal.
Desde esta
perspectiva parte la obra de Teachout, y también lo hacen otras muy
recomendables, como 'Liberty from All Masters', de Barry Lynn,
'Monopolized', de David Dayen y 'Goliath',
de Matt Stoller, que han sido publicadas en los últimos
tiempos y que constituyen una fuente de primera magnitud para
entender con precisión nuestra época.
LEGISLADORES Y JUECES DEJARON DE TOMAR EN CUENTA LA JUSTICIA Y EL EQUILIBRIO DE PODER Y OPTARON POR CONCEPTOS EXTRAÑOS AL DERECHO, COMO LA EFICIENCIA.
Sin
embargo, los tiempos no han sido propicios últimamente a esta visión del poder repartido.
Más al contrario, los legisladores y los jueces dejaron de tomar en cuenta esta
dimensión y comenzaron a dictar sus decisiones en función de conceptos mucho
más extraños al derecho, como la economía y la eficiencia. Olvidarse de lo
justo, del equilibrio de poder y del castigo a los abusos abrió la puerta a una
reconfiguración completa en materia antitrust que puso, de una
manera muy llamativa, al consumidor en el centro de
sus decisiones.
Ese cambio
de eje facilitó aprobar nuevas normativas y nuevas fusiones. El argumento
nuclear fue que, si una mayor concentración producía ventajas para el
consumidor, por ejemplo generando precios más baratos, y era más eficiente para
las firmas, debía autorizarse y, lo que es
peor, apoyarse. El otro límite que solía establecerse, el de unas barreras
altas de entrada, se convirtió también en superfluo: quizá Google fuera un monopolio, pero como
cualquier chaval en un garaje con la suficiente inventiva podía idear un
sistema nuevo, se entendía que las barreras de entrada eran casi inexistentes.
Estas cosas se afirmaban sin rubor alguno.
3. ¿Mejor
una dictadura?
En
realidad, los consumidores tienen muy poco que ver con
el asunto de fondo, por dos razones tan evidentes que se hace
extraña la obligación de insistir en ellas. La primera se aprecia bien si
recurrimos al símil político. Utilizando los mismos términos que se emplean
para autorizar las concentraciones se podrían justificar muy sencillamente toda
clase de dictaduras. Es evidente que las democracias son más caras, ya que
cuestan más al ciudadano porque hay que sufragar los gastos que implican los
parlamentos, los partidos políticos, los diputados; son también más lentas,
porque hay que debatir las leyes, en muchas ocasiones con representantes que no
se ponen de acuerdo y tardan más de lo debido en dictar resoluciones, mientras
en las dictaduras hay poca dilación, se dictan las medidas y basta; y los
regímenes autoritarios son también más eficientes a la hora de llevar a la
práctica las decisiones que se toman, porque si hay dilaciones o ejecuciones
imperfectas se acaba en la cárcel o ante el pelotón de fusilamiento, lo que
suele ser un elemento de convicción suficiente. De modo que, siguiendo por ese
camino, con las dictaduras el ciudadano tendría un régimen más barato, más
rápido y más eficiente, justo aquello con lo que se justifican las
concentraciones, y en especial las tecnológicas.
SE HACE EXTRAÑO QUE HAYA QUIENES VEAN CON HOSTILIDAD LA CONCENTRACIÓN DE PODER POLÍTICO, PERO INCITEN A LA CONCENTRACIÓN DE PODER ECONÓMICO.
Por algún
motivo, lo que se percibe como muy negativo en lo político, se entiende muy positivo en lo económico, y por las mismas razones.
Se hace extraño que existan ideologías políticas, apoyadas por muchas personas,
que perciban con hostilidad la concentración de poder político y sin embargo
inciten de continuo a la concentración de poder económico. El peligro de estas
posiciones es obvio, porque su divergencia puede ser únicamente temporal, de
modo que en un tiempo terminen confluyendo. En el fondo se basan en la misma
justificación: reducción de costes, eficacia y eficiencia.
4. Así
compite cualquiera
La segunda
cuestión es la justificación por su política de precios más baratos y
condiciones más eficientes para el consumidor. Es obvio que el poder concentrado supone
cambios, a menudo ligados a la rebaja de precios finales, que suelen
conseguirse a partir del descenso de salarios y de peores condiciones para los
proveedores, lo que constituye un problema bastante serio. Sin embargo, esta
parte suele pasarse por alto, ya que el comprador sale beneficiado. Lo que no suele subrayarse es que esa mejora es
eventual, solo hasta que se expulsa a la competencia:
una vez que los monopolios o los oligopolios se han asentado, los consumidores
quedan cautivos y, a partir de ese momento, los precios suben. Es únicamente
una maniobra táctica, cuyo carácter se desvela en cuanto el poder de mercado se
concentra.
Pero,
además, debemos ser muy conscientes de cómo se consiguen estas rebajas, por lo
que tienen de injustas y de socialmente perjudiciales. Cuando un pequeño puñado
de grandes empresas pueden pagar sus impuestos en paraísos fiscales, imponer
normas lesivas a sus empleados y proveedores e ignorar las regulaciones, no
tienen ningún problema en bajar los precios: les es posible hacerlo porque
no respetan las normas a las que sí están sujetos sus competidores.
Con condiciones muy favorables es muy fácil competir, especialmente si la ley
mira hacia otra parte y permite formas de actuación que no permite a la gran
mayoría de las empresas.
5. Leyes,
no buena voluntad
En este
escenario, se suele poner el acento en la responsabilidad de los consumidores,
que de alguna manera deberían tomar consciencia de la situación, optar por una
compra responsable y ayudar a las tiendas de barrio, al comercio de proximidad,
a las pequeñas librerías y demás elementos retóricos que siempre aparecen en
estas discusiones. Pero eso es poner el acento nuevamente en el lado
equivocado. Es probable que si alguien se dedica a robar productos y venderlos
después, los ofrezca a un precio bastante más barato y siempre encontrará gente
dispuesta a adquirirlos. Pero de lo que se trata no es de que exista gente más
o menos responsable, sino de que la sociedad tiene normas y deben cumplirse. Si
robasen en las casas de Zuckerberg, Serguéi Brin, Larry Page o Jeff Bezos y vendieran lo sustraído a la quinta
parte de su precio, los magnates no apelarían a la responsabilidad del
consumidor, sino que llamarían a su servicio de seguridad y a la policía para que metieran en la cárcel a los ladrones y a
los receptadores. Pues eso mismo.
Las cosas
están cambiando, sin embargo, y hay una sensibilidad creciente respecto del
poder de las tecnológicas. Sería conveniente que no se quedara ahí y sirviera
para tejer una normativa fibrosa alrededor de la
concentración de poder en general y no solo respecto de la tecnología.
Por más problemas que puedan percibirse para desarrollar acciones contundentes,
lo cierto es que el humor de los tiempos está cambiando y es positivo que así
sea. Sin embargo, resulta llamativo que muchas de las personas que alababan las
concentraciones tecnológicas sean ahora las que lancen la voz de alarma. La
gente puede cambiar de opinión o darse cuenta de los errores que comete (por
suerte), pero sería conveniente que los especialistas institucionales que
lideren la reacción sean diferentes de aquellos que se equivocaron, de quienes
celebraron alegremente los beneficios de las tecnológicas y ahora señalan que
quizá se haya ido demasiado lejos. Por simple prevención, no vaya a ser que nos
ocurra igual que con las crisis económicas, que los economistas que crearon con
sus ideas los escenarios que llevaron a las recesiones fueron los mismos que
lideraron la recuperación. Sería interesante aprender algo
de los errores del pasado.
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