Francesc Narváez
Una ley para el
taxi
Ni la liberalización a ultranza ni el puro
intervencionismo
garantizan un servicio de
calidad
La Vanguardia, 09/02/2002
El debate sobre la conveniencia de que la
Administración intervenga y regule determinados sectores de actividad aparece
y desaparece periódicamente. Los defensores de la liberalización sostienen
que el intervencionismo administrativo genera ineficiencias y, a menudo,
grandes costes y que la Administración debe dejar en manos de los particulares
aquellos servicios que éstos pueden prestar, bajo la convicción de que los
operadores privados darán un mejor servicio a los ciudadanos. Sin embargo,
recientes ejemplos de liberalización nos demuestran que no siempre es así.
Casos como el ferrocarril británico, la energía eléctrica en California, o,
sin ir más lejos, en Cataluña, ponen de manifiesto que la dejación en manos
privadas de servicios de interés general genera notables descensos en la
calidad y provoca que se tomen decisiones basadas en criterios estrictamente
privados, no siempre coincidentes con el interés general.
En España, el servicio de transporte mediante
taxi es una actividad de interés general que por su carácter estratégico está
reservada al ámbito de competencias de las entidades locales. Y es evidente
que a éstas, en tanto que responsables de velar por unos servicios ciudadanos
suficientes y de calidad, no les es indiferente cómo se preste el servicio.
El debate surge cuando, desde determinados
sectores, se argumenta que lo anterior es compatible con la liberalización.
Pero resulta curioso comprobar cómo los defensores de la aplicación de los
principios de la libertad de empresa olvidan referirse a la existencia de
limitación en el número de licencias. Hoy, como contrapartida de la intervención
administrativa, el número de licencias para el ejercicio de la actividad está
contingentado. Si quieren aplicar coherentemente los principios de la
libertad de empresa y dejar que el sector se regule por las leyes del
mercado, deberían convenir que la contingentación ha de desaparecer y dejar
que el mercado decida en cada momento cuántas licencias han de existir.
La necesidad de garantizar una correcta
prestación del servicio exige de los poderes públicos la adopción de medidas
que garanticen el justo equilibrio entre los distintos intereses en juego: el
de los ciudadanos a tener un servicio adecuado y el de los operadores a tener
seguridad jurídica y a obtener una rentabilidad por su negocio. Ni la
liberalización a ultranza ni el clásico intervencionismo lo garantizan. Es
preciso definir -mediante una ley- un modelo que combine lo bueno de ambos
sistemas y deje de lado sus aspectos negativos.
El servicio del taxi es un transporte de
interés general. Para preservar los principios de publicidad, no discriminación
e igualdad de oportunidades, la Administración ha de decidir a quién deben
adjudicarse las licencias, sin perjuicio del derecho del transmitente a
percibir una compensación económica fijada por mecanismos de mercado. La
normativa debe fijar los requisitos mínimos que deben cumplir los vehículos,
los derechos y obligaciones de usuarios y operadores, así como el régimen
sancionador. Finalmente, el servicio debe estar sujeto a tarifas, única forma
de hacer posible que el usuario conozca lo que le va costar el transporte
elegido, y que al mismo tiempo garanticen suficientemente la rentabilidad del
negocio. Si no se tienen en cuenta todos estos elementos de reflexión
estaremos, con toda probabilidad, ante un sector sin ley.
F. NARVÁEZ, presidente del Institut Metropolità
del Taxi
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